En la ciudad de Kinshasa, en la República Democrática del Congo, ASBL Kundikanda, organización promovida por la Institución Teresiana, trabaja por los derechos de la infancia. En uno de los países más pobres del mundo (ocupa el puesto 179 de 189 según el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, 2019), la mayoría de las niñas y niños ve vulnerados sus derechos más básicos como el derecho a la educación. Más de 7 millones de niñas y niños entre 5 y 17 años están fuera de la escuela, las causas están ligadas a la situación económica (dificultades de las familias para hacer frente a los costes de escolarización o necesidad de que aporten a la subsistencia familiar trabajando o encargándose de las tareas de cuidados en los hogares), guerra (desplazamiento, niños reclutados por grupos armados, destrucción de instalaciones educativas), enfermedad (epidemias como el ébola o ahora la Covid-19 también están detrás del abandono escolar). En el caso de las niñas y adolescentes también se suma el matrimonio infantil como causa de su falta de escolarización.
La desprotección y vulneración de derechos tiene uno de sus máximos exponentes en las niñas y niños que viven en las calles. Una situación que no deja de aumentar debido a una serie de factores socioeconómicos, culturales y políticos. El conflicto armado vivido en los últimos años es desde luego el principal de estos factores, si bien no el único, ya que ha dejado a un importante número de niños/as sin familia y ha provocado el retroceso del país a todos los niveles. Por otra parte, el deterioro de los servicios sociales básicos, así como el crecimiento de la pobreza, unido a una rápida urbanización de la población que ha llevado a la desestructuración familiar tal y cómo ésta se entiende en África. Además de los factores mencionados, hay otros dos que han contribuido al aumento de la presencia de niños/as en la calle, la creencia en la «brujería» (niños/as que sufren abandono y malos tratos en sus familias al ser acusados de ser brujos» y, por tanto, responsable de una enfermedad, muerte o cualquier otra desgracia ocurrida en la familia) y la propagación de enfermedades que como el SIDA o el ébola (a lo que se suman nuevas enfermedades) dejan a las niñas y niños huérfanos.